El 20 de julio de 1923
Siete hombres abordan el automóvil Dodge Brothers.
En la parte de atrás, los cuatro de escolta en la de adelante, Francisco Villa y su secretario.
El auto arranca, da vuelta ala derecha en la esquina para tomar la calle Juárez y nadie le da importancia a un hombre que levanta su sombrero para saludar en el momento en que el auto pasa por la esquina del callejón Meza.
Siete cincuenta y seis de la mañana.
Enrique Muñoz Mora, Marta Gómez Salas y María Dolores Esperón, de regreso de la Huerta de Botello, caminan por la calle Zaragoza.
Acaban de ver pasar el automóvil de Villa cuando escuchan una detonación.
Don Calixto Amparán se sobresalta con los disparos y ve salir a cuatro hombres de cada cuarto.
Melitón, Librado, Salas Barraza y José Guerra, los del número nueve, dirigen sus disparos a los asientos de adelante y a la salpicadera donde va montado el chofer.
Las balas hacen añicos el parabrisas; las astillas se clavan en las caras de Villa y su secretario.
Los del número siete, Ruperto Vara, José Barraza, José Sáenz Pardo y Román Guerra, disparan sobre los de la escolta, en el asiento posterior.
Juan López Sáenz Pardo cruza de su esquina a la plaza y corre hacia el auto tirando desde atrás, con riesgo de recibir una bala de su propia gente. A Salas Barraza se le encasquilla el rifle uno de los viejos a los primeros tiros, y tiene que continuar con la pistola.
Don Calixto Amparán se arroja al piso detrás de su puesto de golosinas; las balas que salen de curso destrozan los frascos y botellas que tiene sobre su mesa.
Agazapado, Don Calixto no ve el terror que por un instante se refleja en la mueca de Villa.
Él y los otros dos de adelante mueren casi instantáneamente, el chofer cae de la salpicadera a la calle, y el secretario, que ha tratado de escapar, queda colgado de espaldas de la portezuela en una postura casi teatral.
Los del asiento trasero han sacado sus armas y bajan del auto disparando, una de sus balas va a dar al corazón de Román Guerra, que cae de espaldas junto a los cuartos.
Villa ha soltado el volante, y el auto sin control gira hacia la derecha y lentamente va a detenerse contra un fresno entre los cuartos y el puente de Guanajuato. José Sáenz Pardo, José Barraza y Juan López Sáenz Pardo se acercan al auto y vacían sus pistolas.
Para que no quede duda, En la confusión, nadie ha notado balas anónimas surgidas de la azotea de la Casa de las Cien Puertas.
Por debajo de su mesa, el viejo ve a uno de los de la escolta de Villa caer al otro lado del puestecito, y a su derecha ve la carrera coja de otros dos que dan vuelta en la esquina hacia el puente de Guanajuato.
Don Calixto ya no alcanza a ver que uno cae moribundo en el puente después de correr como ratón acorralado, ni que el otro se lanza a cruzar el río y corre a protegerse tras los álamos de la orilla.
Los hombres le disparan al del rio, pero no le logran dar. Salas Barraza exclama:
« ¡A ese ya déjenlo: ya lo salvó la Virgen de Guadalupe!» Uno de los verdugos que tenía Villa en Canutillo es el único que logra escapar con vida".

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